miércoles, septiembre 30, 2009

El Caobo y yo

“El Caobo y yo”

Hoy estuve a la sombra de aquel viejo caobo de mi infancia. No es que no lo haya visto en tantos años, es que de tanto verlo había olvidado que él y yo hemos tenido tanta historia. Pero este mediodía me acerqué hasta su piel rugosa y hosca y al sentir su corteza mi memoria revivió como un haz infinito de luz del mediodía, la imagen de mí misma en otra vida.

La niñez rediviva se asomó a mis pupilas con la luz del amor y la nostalgia. Esa niña que fui y esos hermanos que compartieron conmigo el pan, la vida, el amor fraternal y los momentos tan queridos de una infancia feliz, de aquella vida donde niños de todas las edades jugábamos cien juegos diferentes, cien historias, mil risas y un millón de recuerdos inasibles y frescos, tan queridos como aquellas mañanas otoñales en que el viento agitaba las ramas del caobo y una lluvia de ramas y perones, nos caía desde el árbol de los juegos.

Al mirar el caobo es siempre inevitable, ver escenas ya idas. Recordé a mis hermanos. Tantos niños y niñas jugamos a su sombra, felices y cargados de energía, de unas ganas inmensas de vivir aventuras, emocionantes viajes y fantásticos rumbos que la vida tomaría con nosotros.

Vi a David, a Rebeca; a Beto lidereando nuestros juegos, Jorge y Laura, ¡Ay mi Dios! Vi a mi pequeño Sergio jugando junto al árbol esa última tarde de su vida que marcó para siempre la mía y la de muchos de esta casa. Lo vi tan claro como aquella mañana de domingo en que fuimos al templo y, al volver, junto al árbol querido de caobo, Sergio empezó a crearse un ojo de agua, un limpio manantial corriendo libre entre piedras y arena, sobre un cauce tortuoso que las manos de un niño-Dios construían a su antojo, recreando el paisaje conocido y dilecto de mi niño. Luego vino la tarde y una sombra siniestra se extendía alrededor de aquellas tiernas almas infantiles.

Hoy contemplo esa sombra en nuestro árbol, sus raíces salidas, su gran cuerpo inclinándose, vencido por la fuerza de Eolo, su frondosísima copa ya mermada por las talas, el viento, por los años. Una planta parásita le brota y crece y crece succionando su vida. Las hormigas, el comején, los pájaros que llaman carpinteros, todo merma su belleza y su vida que son la misma cosa.

Mi caobo rebasa el medio siglo y su memoria de árbol ha guardado retazos de pisadas y risas de los niños, de los juegos osados entre sus altas ramas. Él recuerda a los niños de otra vida, y a los otros que siguieron a aquellos y después, a los otros.

Entre sus nobles ramas ha guardado paisajes hogareños, familiares imágenes de una vida que fue, de aquella vida que yo conservo intacta en mi memoria.

Mi caobo nos vio todos los días, en su sabia guardó nuestros juegos sin fin, nuestros esparcimientos de la infancia. A través de la lluvia, de los años que vienen y se van como la vida misma: tanto viento, tantas hojas cayendo en el otoño, tantos inviernos aguantando el frío y cada renovada primavera contemplar aquel verde que renace con la simple esperanza de mirar otro año que se aleja, con la sencilla vida de los pájaros que vuelven a sus nidos; unas hojas se van y otras regresan, como en una parodia de la vida que él ha visto pasar bajo su sombra.

Viejo caobo de mis días de niña. Qué sueñas mientras llega la mañana en que tu sombra bienechora no detenga los rayos de la aurora o del candente sol del mediodía.

Qué debiera decirte al despedirme si mi tiempo mortal es como el tuyo. Qué puedo hacer por ti, si tu vida y la mía van ligadas y tu final se acerca lo mismo que mi adiós definitivo.

Gracias noble caobo, bello árbol frondoso de la infancia. No sé decirte adiós, me siento traicionera porque yo no te dado mas que la indiferencia de los años, en cambio tú me diste ese tiempo de gracia que pasé entre tus ramas, que era casi como subirse al cielo y ver el mundo abajo y sentir a las aves mis hermanas y a las nubes cambiando su tamaño y su forma, simulando los sueños de los hombres que nacen y se acaban al instante para formarse nuevamente otros y otros y así, hasta el infinito. FIN

martes, septiembre 08, 2009

"Filosofía Infantil", Un cuento veraniego

“ FILOSOFÍA INFANTIL ” (Un cuento veraniego)

La primavera apuntaba a su fin, los días de viento eran cada vez menos y el calor comenzaba su natural crescendo que ha de desembocar en los consabidos días de lluviaveraniega. Me sentía muy bien esa tarde de junio. Tranquila y satisfecha de mi vida, casi podría asegurar que feliz... Me senté a mirar a los niños jugando por el patio, alternaron los juegos unas tres o cuatro veces.Habían empezado la tarde jugando a declararse la guerra, -Declaro la guerra en contra de mi peor enemigo que es...”;con un trozo de cal habían pintado su redondel para pisar conforme les tocara gritar: -“¡stop!”.

Luego la guerra tomó un cariz diferente cuando descubrieron que el viento había tirado una gran cantidad de ramitas secas del añejo caobo que cabecea sobre nosotros y que sombrea casi todo el patio. Con sus improvisadas armas de madera se perseguían unos a otros con extraños disparos aislados: “¡puumm!”, “¡baamm!” y hasta impresionantes ráfagas del tipo “tatatatatatatá tatatatatatatá”.

Más tarde, esas asechanzas a tiros derivaron en la persecución en equipos de “Los encantados”, con “base”, “salvación para todos mis amigos” y toda esa cosa mágica tan propia de la infancia que crece libre y feliz en la provincia mexicana. En un momento en que entré a contestar el teléfono que no paraba de sonar, al volver el juego había cambiado de nuevo; aún en equipos, ahora corrían desesperadamente detrás de un balón, tratando de anotar goles en las improvisadas porterías a ambos extremos del patio, ahora bien resguardadas por sus respectivos custodios.

De pronto noté que los pequeños Danielito y Joselín que, por su edad, muy menor a los demás, estaban fuera del partido y sólo los usaban de “cazabolas”, discutían acalorados en las escaleras del corredor. Pensando ayudarlos me acerqué y, prudentemente quise escuchar antes de intervenir.

La noche había caído tan rápida como inesperada cuando uno está tan entretenido como ellos lo habían estado toda la tarde.

Alcancé a escuchar que uno decía:

-No tonto, cómo va a ser su cobija, se vieran sus pies, o sus manos, o su cabeza...¡a poco se va a tapar toditito sin que se le vea nada, si el sol es grande, grande!

-Bueno, no, a lo mejor no es su cobija -arguyó el otro pequeño-, pero tal vez sí es la puerta de su cuarto donde se mete a dormir.

Joselín, el más pequeñito, se acercó a mí y tirando de mi falda preguntó: -Tía, ¿Qué es la noche?, ¿Por qué llega?

-Esas son dos preguntas mi amor, primero, la noche es la hora del día en que el sol descansa; y llega porque el sol se cansa de tanto caminar todo el día y quiere su descanso como todos, así que se va a dormir un rato.

-¿Y por qué no se duerme en el día cuando estamos todos para que no le de miedo? -Objetó José.

-Porque debe alejarse de la vida, ya que la vida diaria es un bullicio que no deja dormir al sol.

-¿Tía, tía, y dónde se duerme el sol?

Joselín acaparaba la conversación mientras Daniel escuchaba reflexivo.

-En los océanos profundos y en las cumbres más altas.

-Y ¿por qué ahí? ¿Que no tiene una cama?

-Es que le gusta más el aire libre, la energía del agua que nunca se detiene, la frescura del viento en la montaña, y la corona plateada que ilumina la cima.

-¡Aaahh! Creo que ya entiendo, no le gusta el calor del día, porque a mí en el día, si no me encienden el clima, me da mucho calor dormir, por eso me voy al cuarto de mi mamá. Y de noche mi mamita abre la ventana de mi cuarto para que entre lo fresco y mi hermano y yo podamos dormir bien, porque el calor no nos deja descansar y estos días ya son veraniego ¿verdad?

-¡Ay! ¡Este niño! –Replicó Danielito airado- No se dice veraniego verdad tía, se dice del verano ¿no? días del verano.

-Sí mi amor, días del verano aunque días veraniegos tampoco está mal dicho.

El alboroto de todos cenando en el comedor, me indicó que el partido y los juegos de este día habían acabado. Mi mamá preguntó:

-¿Vas a cenar, te sirvo algo?

-No mami, sólo café y una manzana, si tiene, -respondí mientras entraba con los pequeñines a la cocina.

-¡Claro que tengo, tómala del frutero, si quieres yogur, en el refri hay!

-¡No mami, gracias, sólo la fruta! -dije mientras me sentaba a disfrutar un delicioso café y una acogedora plática con la familia.

En el comedor se encontraban tres de mis hermanas, uno de mis hermanos, tres cuñados y un numeroso equipo de hijos y sobrinos. Mi padre, a la cabeza de la mesa, conversaba con hijos y nietos; mi madre, trajinando incansable, entre su ir y venir de la cocina al comedor, platicaba con todos en un maravilloso acto de prestidigitación capaz de impresionar a un pulpo.

-Niños ya vámonos a la casa, súbanse al carro- gritó la madre de uno de los pequeños encaminándose al patio.

-Espera que terminen de cenar-, contestó alguien en el comedor.

Desde el momento en que el partido había terminado, niños y adultos habían empezado a cenar con la abuela que, como siempre, había previsto este momento y tenía deliciosas tostadas para todos, cafecito para los adultos y chocomilk para los pequeños.

Los pequeñines que habían conversado conmigo un rato antes, se hallaban sentados, cenando frijolitos con huevo.

Danielito y Joselín me llamaban a la cocina: -tía, tía, ven te quiero preguntar algo-, decía José.

- Dime mi amor, ¿de qué se trata?

-Tía, tía, ¿y la luna dónde se duerme en el día? No es cierto que se mete en una nube ¿o sí? Se viera la nube toda brillosa en el cielo ¿verdad? La viéramos todos.

Danielito atajó rápidamente: -Pero la luna es fría ¿verdad tía? No es como el sol porque entonces, cómo mandan cohetes a la luna, se quemaran. Explícaselo a este niño que no entiende, tía.

-La luna se mete al mar, a los lagos o a los ríos, ahí descansa y se baña para conservar su frescor y su blancura. A ella no le gusta mucho el calor, como a ustedes.

-No tía, a mí sí me gusta el calor, a este pequeño es que no le gusta, a mí sí porque cuando hace calor siempre vienen mis tíos y mis primos y vamos al Ojo de agua y al mar a quitarnos el calor y estamos todos contentos como en una fiesta.

-Claro hijo, porque el calor viene del sol y de la vida que es una fiesta increíble, con gran bullicio y con mucho calor aquí en el istmo.

-Por eso mis tíos aunque no vivan acá, siempre vienen a buscar nuestro calor de aquí ¿verdad? Porque a todos les gusta Ixtepec, por su calor.

Mis hermanas y mi madre, habían terminado de levantar, lavar y acomodar. La cocina y el comedor ya limpios, fueron quedando vacíos conforme todos abordaban sus autos y partían a sus hogares a descansar. Ahora el patio, ya vacío, se veía otra vez enorme e impresionante.

Me había despedido de mi papá y mi mamá, y sólo mi hija me esperaba afuera en el auto pues los muchachos y su papá se habían adelantado caminando. Aún ayudé a mi madre a cerrar el portón mientras Daniel y José, con sus respectivos padres estacionados junto a la banqueta, me decían adiós desde las ventanillas.

Danielito gritó:

-Tía gracias por explicarle a José las cosas, a ver si ahora entiende.

Joselín, que esperaba sentadito mientras su madre terminaba de subir juguetes y otras chácharas al carro, dijo enseguida:

-Ahora sí entendí lo del sol y la luna tía, lo que voy a querer que me expliques mañana es ¿cómo está eso de que yo salí de la panza de mi mamá? ¿Pues cómo entré ahí?

Todos se volvieron a verme con ojos interrogantes; mi hija bajó del auto y tomándome del brazo dijo:

-Pregúntale a tu papá, Joselín, él tiene una buena respuesta para esou F I N .

Junio de 2008.Quod scripsi, scripsi!