viernes, febrero 13, 2009

Cuento: "Laura y Diego" 1a. Parte

Bueno, pues debido a que no he podido revisar y corregir erratas de mis nuevas creaciones, me veo ante el predicamento de enviar un cuento viejo. No tan viejo como Sherezada jajajajajajaja, pero sí de hace casi cuatro años aproximadamente.
Lo titulé “Laura y Diego” por influencia de mi hijo David, lo que ya les platicaré en un momento.
Corría el año 2005. Recuerdo que el día que lo escribí era un día de mucho calor, de esos loquísimos del deschavetado mes de febrero en que un día amanece el ventarrón y luego un calor como de pleno verano al siguiente; me parece que era un sábado.
Los personajes y la trama de este cuento, llevaban ya varios días molestándome y, ese sábado en cuestión, todo el día habían estado dándome vueltas en la cabeza. Así que, entre mil y una ocupaciones de la escuela; visitas de alumnos, de amigos y de familiares; entre el trabajo doméstico, la atención al jardín y a las mascotas; la irrupción de vendedores ambulantes que tocan el timbre y el esposo y los hijos que hay que atender un poco para no se pongan “quejosos”; me senté en la tarde, ya un poco tarde y, de un solo tirón, casi sin darme cuenta cómo, el relato fue cobrando vida como si tuviera una pujanza interior que le impelía a salir.
Fue como abrir la llave y dejar correr, libérrimo, el chorro del agua que va tomando su propio camino. De esta forma, me agarró la media noche y, de repente me percaté que el cuentecito que quería escribir, se había prolongado más allá de mis deseos pero, además, mis personajes, a los que hasta ese momento llamaba sólo “él” y “ella”, necesitaban un nombre. En eso entró mi hijo y preguntó:

-¿Qué tanto escribes?
-Un cuento-
respondí a la defensiva.
-¿Acaso crees que sólo tú escribes?-
-A ver, dime un nombre de mujer
–dije trampeándolo.
-Laura- respondió al instante y agregó:
-¿Es para tu cuento?
¿Laura como tu tía Laura? ¡No! ¡Van a decir que es sobre ella!
–reclamé-
-¿Y es sobre ella?- contraatacó.
-¡Claro que no! –aclaré ofendida.
-A ver un nombre de hombre.- pregunté sin darle tiempo a cuestionar más.
-¡Diego!- fue su rápida respuesta.
-¡Laura y Diego! –dije para mí misma tratando de sentir cómo se oían los dos nombres juntos.
-¡Me gusta! –rematé-
¡Suena bien!
Y, comencé a pulir el relato agregando además los nombres de los personajes.

Cuando terminé y debí ponerle un título, me pareció bien “Laura y Diego” pues los nombres me recordarían para siempre esa época especial en que mi hijo menor aún vivía conmigo en la casa y compartíamos nuestros escritos y nuestras lecturas y demás, Yo sabía que teníamos el tiempo contado y que el reloj avanzaba inexorable hacia nuestra separación. ¡Aaahh! ingrata vida qué rápido te llevaste a los pequeños! Al mismo tiempo, este título me permitía diferenciar perfectamente éste, de los demás textos que tenía construidos, Así quedó este cuento.

En los días que siguieron lo compartí con mi hija, con mis hijos, con mi esposo y con tres de mis hermanas. Recuerdo que, tanto ellas como mi hija, me hicieron el comentario de que se sentía mucho mi pensamiento femenino; que reflejaba muy claramente el sentir de las mujeres como novias y esposas, incluso como amantes. Lo que las mujeres esperan en la relación de pareja. Incluso alguna hizo el comentario de que ahora se entendía y entendía mejor a sus congéneres.
Mis hijos varones, en cambio, dijeron: -¡Pufff! ¡Qué fastidio eh!
-¿¡De verdad sienten y esperan eso de nosotros!? -¡Qué cansancio!
No sé. Tal vez cada uno encuentre cosas diferentes. Por lo pronto lo pongo a disposición, por primera vez, de personas ajenas a mi familia. ¡Ah! ya lo compartí también con unas pocas –poquísimas- amistades. En realidad siempre me he sentido muy cohibida de compartir mis creaciones.
Por eso aún no dejo de sorprenderme de que este espacio mío, mi “BLOG”, me haya hecho desinhibirme (el anonimato creo yo) y me permita compartir a través del cíberespacio con...quién sabe cuánta gente...¡uuufffff! mejor no lo pienso mucho porque a lo mejor termino no “subiendo” nada.

Pues a ver qué les parece...Su extensión me obliga a presentarlo en capítulos (tampoco es que sea las Mil y una noches pero, es mejor así. Si les parece muy cursi...ni modo....Disculpen la ñoñería. Así me encontraba en el 2005.
Laura y Diego. Un cuento de Flor Angélica. (de Febrero de 2005)


Laura y Diego

No supo cómo sucedió.
Para ella fue un golpe durísimo y artero. Siempre había dudado de su cariño, siempre había estado tratando de que él la convenciera de su amor. Siempre buscando el gesto, la palabra, el momento en que verdaderamente descubriera el amor que Diego le tenía.
Y ahora, casi diez años después, se percataba de cuánto la había querido, cuánto la había amado y admirado, cuánto la veneraba y cuántos caprichos y desaires le había aguantado y cuán estúpida había sido al creer que todo ese amor duraría por sí solo por toda la eternidad.
Se hallaba sentada sobre la cama en posición de flor de loto, regadas entre los cojines, había fotografías, algunos libros y cuadernos con versos y prosa que, hacía una vida, Diego y ella se habían escrito. Abrió un viejo libro tostado por los años, había sido de su madre, tenía más años que ella misma, eran rimas de Bécquer. Pasó las páginas con calma, leyó los versos:

Como en un libro abierto
leo de tus pupilas en el fondo.
¿A qué fingir el labio
risas que se desmienten en los ojos?
¡Llora! No te avergüences
de confesar que me has querido un poco.
¡Llora! Nadie nos mira.
Ya ves; yo soy un hombre …y también lloro.


Sin poder contenerlas, las lágrimas mojaron las hojas oscurecidas por el tiempo, ella no podía fingir, había pedido un permiso de tres días en su trabajo porque el mundo, “su” mundo, se había derrumbado, acabado, destruido, evaporado, muerto… Sentía en el alma la devastación y el dolor y no quería tener que fingir ante los demás que la vida seguía igual.

Sabía que en algún momento tendría que hacerlo. Se conocía y sabía muy bien que tendría que levantarse y actuar su papel estelar, el mejor, el del “óscar”, el de la indiferencia, la insensibilidad. ¡Nadie vería su corazón destrozado, su alma agujereada, su espíritu disperso buscando refugio en sus recuerdos. ¡No! Su armadura sería el desdén, su yelmo la indolencia y su escudo el falso orgullo. Entonces recordó unas rimas que leían al inicio de su noviazgo, movió las hojas buscándolas, cuando las leían siempre terminaban besándose y prometiendo que ellos nunca permitirían que a su inmenso amor le sucediera algo parecido, no habría malentendidos ni falso orgullo entre ellos, no se mentirían nunca y hablarían siempre con la verdad, siempre se dirían todo. La halló, era la Rima XXX:


Asomaba a sus ojos una lágrima
y a mi labio una frase de perdón…
Habló el orgullo y enjugó su llanto
y la frase en mis labios expiró.

Yo voy por un camino, ella por otro;
pero al pensar en nuestro mutuo amor,
yo digo aún: “¿Por qué callé aquél día?”
Y ella dirá: “¿Por qué no lloré yo?”



Y al principio las cosas no habían sido así. Cuando se conocieron todo fue amor inmediato, instantáneo, fue una chispa cayendo en paja seca.

En la casa de una amiga común ella lo había mirado con interés desmedido, su figura flaca, su cabello un tanto descuidado, llamaron su atención en un principio, luego vio sus ojos negros, de mirada intensa pero dulce, un tanto taciturno ¡Interesante! –pensó. Y él se acercó de inmediato, impulsado por los fuertes latidos que le resonaban en el pecho y los oídos desde el momento en que la vio mirándolo. –Eres Laura verdad, dijo tratando de parecer calmado -¿Y tú cómo te llamas? fue la respuesta de ella, pero alguien lo llamada desde el extremo del cuarto y sólo acertó a contestar –Diego, ahorita regreso. No pudo hacerlo enseguida, lo habían atrapado unos amigos y su mirada desesperada, seguía la figura pequeña, distinguida de Laura, bonita, bien formada, tal vez demasiado bonita para mí –pensó diego con un poco de aprehensión. Se veía tan diferente a las demás, con un aire inocente, un tanto tímida y al mismo tiempo desenvuelta, casi fuera de lugar junto a sus amigas que reían abiertamente, tomaban sus cubas libres desenfadadas y se abrazaban sin prejuicios a los cuerpos de los amigos, moviéndose sin inhibiciones al compás de la música, bailando con uno y luego con otro y luego todos juntos, en círculo, mientras le aplaudían a alguna pareja en el centro.

La vio cuando estaba a punto de irse y corrió para alcanzarla en las escaleras del edificio. Iba con Martha y les dijo -¿Las puedo acompañar? -¡Claro! –respondió Martha, -ya es tarde, a ver si no regañan a Laura.

Iba callada en todo el camino y cuando se acercaban al punto en que normalmente se separaban Martha y ella, dijo casi con vehemencia –Tú casa está más cerca de aquí, te vamos a dejar y luego Diego me puede acompañar a mí hasta mi casa. -¡No, no –dijo Martha-, si quieres vamos nosotros a dejarte ¿No Diego? –No, Pues está más cerca tu casa, -dijo Diego con determinación que no aceptaba réplica. Y, sin que recordaran después ni cómo transcurrió el camino a casa de Martha, de repente se vieron caminando a solas, yendo hacia la casa de Laura, por un rato ninguno habló, pero no fue un silencio incómodo, más bien era un silencio emocionante, eléctrico, con la agitación latiendo entre ambos, con el pulso acelerado, los músculos tensos, las miradas intensas y un cierto temblor en las manos y en la voz cuando hablaron al mismo tiempo –“Oye…”, -dijo él -“mira…”, -dijo ella, ambos rieron y comenzaron de nuevo a hablar al mismo tiempo hasta que Diego guardó silencio y ella terminó la frase, luego se sentaron en la banca del parador que estaba a una cuadra de la casa de Laura, ya no había gente esperando el urbano a esa hora de la noche y conversaron por casi una hora. El tiempo avanzaba raudo y Diego con corazón a punto de reventarle la camisa y sintiendo que no podía esperar un día más para hacerlo, inclinó el rostro hacia delante y tomando su nuca con una mano, oprimió sus labios con los suyos. El beso fue intenso, la mano derecha de Laura se dirigió al hombro izquierdo de Diego y lo apretó contra ella mientras se besaban.

Ambos se sorprendieron un poco con la reacción del otro, Diego no esperaba una respuesta tan abierta, tan fuerte. Y Laura había pensado que un beso de Diego sería más tierno, menos candente, lo había visto tan sereno, tan controlado, que su beso apasionado era para ella una sorpresa agradable.

Desde el mismísimo día en que se sentaron a platicar por primera vez, ambos sentían el mismo placer indescriptible por la presencia del otro, por sus atenciones, su mirada, el interés que se mostraban ambos, la pasión que se sentía presente cada vez que se tocaban, se acariciaban, se besaban.

Entre el grupo de amigos, conversando, sus ojos se buscaban y se decían cosas imposibles de poner en palabras. Todos terminaron percatándose del incipiente noviazgo desde su propio inicio, era algo imposible de esconder; no habrían podido, aunque quisieran, ocultar el gran amor que se tenían. La fuerte emoción que los unía, la pujanza de los veinte de ella y los veinticuatro de él, sus cuerpos jóvenes, fuertes, gráciles, la libertad con que se demostraban lo que sentían uno por el otro, opacaba por completo el recuerdo de otros enamoramientos de la adolescencia, todos, novios y novias del pasado quedaban por completo borrados, suprimidos, eliminados, nada se comparaba con el sentimiento actual, con la felicidad, con la efervescencia permanente de ese amor sin límites.

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡¡¡wow!!! estás enamorada de la vida monita... es interesante el contexto en el que fue escrito, esa tú que lo escribió, seguro ahora lo lees diferente.

Me gusta estar cerca de lo que haces y que lo compartas, como siempre lo has hecho.

Te amo y te pienso a cada instante!!!

gussi