
Así que, a los veinte años Laura era la radiante esposa de Diego y se veían como una pareja feliz, muy feli

Sin embargo, Diego permanentemente era el más controlado, más discreto en público, a pesar de que a solas era siempre más intenso que Laura, siempre diciendo cuánto había cambiado su vida desde que la conoció, cuánto la amaba, cuánto estaba dispuesto a afrontar por ella, por su amor, por su compañía. Siempre tan apasionado y urgido de ella, de sus besos, de su cuerpo, de su presencia toda, que Laura no podía sino disfrutar de su intensidad, de sentirse tan deseada, tan atendida, tan cuidada…pero, aunque Diego parecía estar siempre ansioso por ella, había momentos en que, por más que ella quisiera, no lograba atraerlo, no podía, aunque se esforzara, separarlo de un programa especial, de un libro, de la plática con algún amigo, del estudio acucioso, detallado, de alguno de sus casos. Eso la contrariaba y le hacía dudar de la sinceridad de sus sentimientos.
Ella era capaz de dejarlo todo por él, todo, fuera lo que fuera, nada era más importante que el tiempo que compartían, el tiempo que pasaban juntos, ese tiempo fugaz y eterno al mismo tiempo, el corazón de Laura se henchía de placer y de dolor por igual, se sentía enamorada, dolorosamente enamorada, con una necesidad urgente por verlo, por tocarlo, por olerlo, por estar con él. Cada vez que tenían que separarse, cada día, cuando Diego se despedía de ella con rápido beso con aroma de café recién tomado, quería detenerlo, prolongar el beso, irse con él, acompañarlo a donde fuera, permanecer a su sombra todo el día o por lo menos, hubiera querido ver en sus ojos el mismo dolor que había en los suyos por la separación. Que él dijera –aunque no lo hiciera nunca- como ella le decía a veces, -vamos a quedarnos juntos hoy, no puedo separarme de ti, me duele aquí, y se señalara el corazón- …Pero no, Diego la quería mucho pero no la necesitaba tanto como ella a él.
Diego recibía con toda la naturalidad del mundo, todas las atenciones de Laura, su esmero en la preparación de las comidas, su afán en mantener la casita que rentaban tan agradable y cómoda con las pocas cosas que tenían. Su cuidado al prepararle la ropa que se pondría cada día para ir a trabajar, la combinación de toda su ropa era perfecta desde que laura se hacía cargo de escogerle todo. Claro, todo él había cambiado bajo el cariño y la atención de Laura, su corte de cabello era mejor puesto que Laura lo llevaba con su estilista, había subido unos kilos que le caían de perlas a su figura antes demasiado esbelta y, sobre todo, la tranquilidad de la vida con Laura, su felicidad de sentirse tan amado, le daban una seguridad y un aire distinguido que lo hacían verse más atractivo, más interesante.
Laura notaba las miradas de otras mujeres sobre él. Aunque Diego parecía no percatarse nunca de nada, siempre apasionado por las noches y ocupadísimo durante el día; sus casos, pocos pero muy absorbentes, lo hacían trabajar en ocasiones hasta en la casa, en los días de descanso, esos días que Laura esperaba con ansiedad para permanecer en sus brazos, prepararle con calma el desayuno y consentirlo todo el día con sus comidas favoritas y su amor tan grande. Pero casi nunca podía darse ese gusto, cuando no era el trabajo, era algún amigo que venía de visita o alguno de sus clientes que requería urgentemente de sus servicios.
Diego, siempre cariñoso con ella en la casa, parecía indiferente cuando había alguien con ellos, hasta el tono de su voz se hacía distinto cuando se encontraban en casa de sus tíos o con algún amigo.

Claro, no faltaban quienes la cortejaran en la escuela, Laura se lo contaba bromeando y ambos se reían de las pretensiones de sus compañeros, Diego, bromeando, la apretaba contra sí mientras mascullaba entre dientes: -"cualquier día de estos voy a ir a romperles la cara a todos esos inútiles". Ambos sabían que sólo eran fanfarronadas, sin embargo ella se sentía halagada de que él se mostrara tan posesivo, la hacía sentir tan unida a él, tan suya, que verdaderamente experimentaba la sensación de que nadie tenía derecho ni de mirarla.
Antes de terminar la carrera, impulsada por Diego, comenzó a llevar la contabilidad de varios pequeños comerciantes que requerían de su ayuda y que, a través de ella, lograban además la asesoría gratuita de Diego cuando lo requerían.
Terminó la carrera con su tesis hecha y se tituló en muy poco tiempo.
Al año de titularse consiguió una plaza como contralora de la Universidad del Istmo y, entre sus clientes particulares y su jornada de trabajo en la escuela, la vida se hizo más intensa que nunca.
A los siete años de casados habían comprado a plazos la casa de un primo de Diego y la habían arreglado y adaptado a su gusto y necesidades. Sus ingresos habían mejorado notablemente desde que él comenzó a brindar asesoría legal a empresas muy importantes de la región y ella conservaba a sus mejores clientes de sus tiempos de estudiante y tenía además, un buen salario en la Universidad.
Laura seguía amando a Diego con todas las fuerzas de su ser, ya no sentía en el pecho esa opresión que le impedía respirar bien cuando él no estaba, en su lugar había una punzada parecida al despecho por la indiferencia con que Diego veía sus problemas cotidianos y el hecho de que ya casi no tuvieran tiempo para estar juntos. Pero eso no era lo peor, lo más doloroso era que, mientras ella aún sentía una necesidad apremiante por su compañía, Diego se veía tan conforme y tan dispuesto a distraerse con cualquier cosa que los separara. Ella seguía platicándole todo lo que le ocurría cotidianamente, esperando siempre que Diego le correspondiera contándole algo de su vida profesional, esa vida en la que Laura parecía estar tan al margen, tan ajena. Y cuando Diego le comentaba alguno de sus casos, ella le sugería alguna solución que nunca era escuchada, era como si él decidiera hacer exactamente lo opuesto a lo que ella proponía. En ocasiones había optado por no contarle nada, por esperar a que él preguntara -¿Cómo te ha ido? Pero luego de esperar por varios días se daba por vencida y comenzaba de nuevo a ser ella la que llevara la batuta en las pláticas nocturnas. Parecía que la vida cotidiana había alcanzado con su sucia rutina el gran amor de Diego por Laura.
Algunas veces Diego llegaba bebido y demasiado tarde para pasar un rato con ella, caía rendido en cuanto ponía la cabeza en la almohada y Laura lloraba en silencio sintiendo la soledad como una plancha sobre su cuerpo. ¿Por qué Diego perdía el tiempo con sus amigos, cómo podía dedicar su tiempo, ese precioso tiempo que debían pasar juntos, platicando con otros, con personas ajenas a ellos, a su amor, al amor tan grande, tan intenso, colosal, grandioso, que los había unido hacía más de siete años?
Lo mejor de su vida con Diego seguían siendo las noches, la imaginación de Diego para el amor era tan grande que no podría aburrirse nunca, bastaba con dejarse llevar por su amor y la pasión de Diego los envolvía a ambos por igual. Eran los instantes sublimes de su vida, ese espacio en el que Diego era tan suyo, ese sitio y ese momento en el que el tiempo volvía a los veinte años de Laura y los veinticuatro de Diego y nada existía en el universo mas que ella y Diego, Diego y ella, su necesidad de él, su urgencia de sentirse amada, la intensidad de Diego, su pasión desbordante, su fuerza apremiante, tocando, sintiendo, quemando, se sentía tan amada en esos instantes que le daban deseos de llorar de felicidad entre sus brazos.
Pero, al amanecer, toda la magia desaparecía, era como si hubiera dos Diegos, uno, el amoroso, apasionado, urgido, que la necesitaba con delirio y otro indiferente, frío, un poco hosco, casi un extraño. Laura no sabía si odiarlo o amarlo. No entendía cómo podía al día siguiente irse de la casa al trabajo sin despedirse de ella.
Comenzó a tratar de provocar sus celos, comenzó a parecer indiferente incluso a sus requerimientos amorosos. Comentaba como al descuido, cómo la piropeaban en la calle y en la Universidad, dejaba saber que había algunos compañeros en el trabajo, muy guapos y solteros, que la veían con admiración y la cortejaban muy sutilmente. Incluso llegó a ponerle nombre de hombre a un gatito que él le había regalado, fingiendo que era el de un conocido y, aunque a ella casi no le gustaban los gatos, lo acariciaba y le decía cariñosamente su nombre para darle de comer, sin embargo, bastaba con que Diego hiciera una especie de imitación de maullido, para que el gato brincara hasta su regazo y recibiera las caricias que Laura tanto deseaba.
Diego permanecía indiferente, ajeno a sus ingenuos intentos de despertar sus celos. Aunque en una ocasión en que alguien le había ofrecido aventón, él le había comentado, medio en broma, medio en serio: -Ya le dije a ese tipo que no le vuelva a ofrecer aventón a mi esposa, que si lo vuelve a hacer, le rompo la cara-. Laura no supo qué decir, lloró sintiéndose humillada, el muchacho en cuestión le había ofrecido llevarla a la universidad porque la vio en una esquina esperando taxi y estaba lloviznando; él iba hacia el mismo rumbo y nunca pretendió enamorarla ni le faltó al respeto de forma alguna.
Laura nunca supo si era cierto lo que contó Diego o si sólo lo había dicho para asustarla y que no volviera a subirse nunca con nadie. Después de este incidente, hicieron el esfuerzo de comprar también un vehículo para ella y, a plazos, adquirieron su pequeño auto que, aunque le dio comodidad y mayor independencia, también -¡Ay!- la mantuvo más sola que nunca, pues ahora Diego ya ni siquiera se preocupaba, como antes, de llevarla o ir por ella al trabajo en los días de mucho viento, mucha lluvia o mucho calor, como hacía antes. A fin de cuentas, cada uno iba y venía en su propio auto, de la misma forma en que -así le parecía a Laura- cada uno también llevaba su propia vida, independiente del otro.
Entre todas las vicisitudes cotidianas, llegaron a su 8° aniversario de casados y Laura se había esmerado preparando una comida especial. Había invitado a sus padres, sus hermanas con sus esposos, a algunos matrimonios amigos; a los tíos de Diego, por supuesto, a dos de sus primas con sus esposos y había contratado un trío que les cantaría canciones románticas toda la tarde. Además, le había pedido a Diego que, como regalo de aniversario, fueran pensando seriamente en tener un bebé: un hijo de de ella y Diego, un bebé de ambos, nacido de su cuerpo pero hijo de él, de su amor por él y del amor y la pasión de Diego por ella. Una criatura que condensara lo que eran ambos, que representara el amor que se tenían. Los ojos oscuros de Diego, tal vez incluso, su mirada intensa, sus rizos desordenados cayendo sobre su frente. Con la ternura y el amor de ella, quizá con su amor por la buena música, tal vez gustara de Tchaikovsky, de Beethoven, Verdi...¡Oh! ¡Dios! –pensó. Si tú me lo concedes!-
Laura tenía ahora 28 años y sentía que era el momento perfecto. Ya antes, en pláticas intrascendentes y como algo muy vago, habían hablado del tema, sobre todo cuando ella cargaba a los hijos de sus hermanas, pero nunca habían quedado en algo concreto. Ahora, la idea le daba vueltas en la cabeza constantemente y comenzaba a sentirse urgida por un hijo de ambos. Pero Diego no dijo ni sí, ni no; prometió llegar temprano para la comida preparada con familiares y amigos y se despidió con un beso rápido, fugaz, en los ansiosos labios de Laura. Ella se sintió verdaderamente decepcionada pues esperaba una demostración más amorosa, más cálida en esa fecha especial; hoy no era un día cualquiera, hoy estaban cumpliendo ocho años de haber unido sus vidas.
Pero peor aún fue esperar por él toda la tarde mientras ella se hacía pedazos atendiendo a todos sus invitados y que él viniera llegando a las 8 y media de la noche, cuando ya casi todos se habían ido. Ya había despedido al trío desde dos horas antes y sólo quedaban sus hermanas que, solidariamente, la habían acompañado hasta el final.
Para colmo, era evidente que Diego venía bebido, ella también, aunque ni lo acostumbraba ni le gustaba, la rabia, el despecho por la indiferencia de Diego a todo su esfuerzo; el desamor constante que creía sentir, la frustración cotidiana, el hecho de que él no deseara –como ella-, un hijo de ambos; su espera de toda la tarde, la humillación que sentía por haber sido “plantada” en su aniveersario y delante de toda la gente que más le importaba, hicieron que estallara con la furia de un ciclón. Sus dos hermanas se habían despedido al ver que Diego llegaba, lo abrazaron, lo felicitaron y se fueron diciéndole a Laura en el oído: -“Toma las cosas con calma, tal vez tuvo algo muy importante que hacer”.
Ésa fue la gota que colmó el vaso ¡Qué diablos podía ser más importante que ella y su festejo por ser su esposa durante 8 años! Por amarlo incondicionalmente durante 8 largos, larguísimos años. 8 Años de amor y de dolor; de pasión y desencanto; de veneración y fidelidad; pero también de dudas, de rabia, de frustración, de despecho permanente y de eterna espera por Diego, por su amor, por esos momentos únicos en que Diego era suyo y de nadie más en el mundo.
Él quiso disculparse, una frase comenzó a formarse atolondrada en sus labios, ni siquiera podía hilar bien lo que decía, quiso abrazarla, se reía con ella, le decía cosas dulces y cariñosas, juguetonas, pero ella ni siquiera lo escuchó; la rabia hizo restallar sus palabras, le dio fuerza a sus pensamientos y facilidad a su lengua. Le llamó cobarde, vil, mentiroso, hipócrita, ni siquiera eres capaz de decir que no me quieres, que nuestra vida es una farsa. Pues yo sí tengo el valor y yo sí puedo decirte cara a cara cuánto te odio, cuánto te desprecio, cuánto me he reído de ti en los últimos años. -Qué bueno que no llegaste a tiempo para celebrar nuestro aniversario, porque es una mentira del tamaño del mundo. ¡Estamos celebrando una farsa! Tú no me necesitas, pero yo a ti menos, por eso he hecho lo que he querido mientras tú te ausentas tanto de la casa y de mi vida, en todo ese tiempo que le dedicas a tu precioso trabajo yo me dado el gusto de acostarme con quien se me dé la gana. Si crees que estoy aquí encerrada mientras me tienes abandonada por tu trabajo, estás muy equivocado; yo también he estado ocupada: ¡Con personas que sí se interesan en mí, a quienes sí les gusto y les importo!-
Ya estaba dicho. Vio endurecerse el gesto de Diego, lo vio dolido, lastimado, herido en lo más profundo de su ser y se sintió poderosa, valiente, decidida. Había acertado, ahora sí logró poner el dedo en la llaga, le había pagado con dolor todos sus dolores. Sintió la lanza que penetraba el corazón de Diego y empujó con calma, tratando de lastimar lo más posible, disfrutando su dolor, saboreando su venganza. Diego, todavía con los ojos húmedos y la mirada dolida e incrédula, hizo preguntas que ella respondió con toda la frialdad de un corazón marcado por el despecho.
Sostuvo su mentira y luego, rematando su hazaña, se volvió hacia el cuarto de huéspedes, abrió la puerta del cuarto y le dijo despectiva: -Puedes dormir aquí mientras tramitas el divorcio-. Se dirigió a su recámara y cerró la puerta detrás suyo. Ni siquiera pudo dormir, la intensidad de sus palabras la mantuvo en vigilia hasta el amanecer. Se levantó antes que Diego abriera la puerta de su recámara, se vistió en silencio y al salir hacia la cocina para tomar un café antes de irse, sintió el olor del humo. Diego estaba fumando, de manera que tampoco había dormido. ¡Bien! –pensó-¡Mejor para mí! ¡Que sufra como yo he sufrido! ¡Ojalá de verdad le duela mucho!
En la noche, al regresar Diego de trabajar, Laura se metió rápidamente a la recámara y así pasaron 5 días. Le dejaba su cena preparda en la cocina, él se la calentaba en el microondas, cenaba mientras veía las noticias en la tele y ella lo escuchaba moverse por la casa desde su recámara. Al llegar el sábado se resistió a salir para no encontrarse con él, se bañó como a las 8 y no se vistió, pensando en que estarían todo el día juntos en la casa, se puso uno de sus camisones más bonitos y estaba terminando de maquillarse cuando sintió sus pasos acercándose a la recámara. Su pulso se aceleró al instante y escuchó los leves, discretos toquidos en la puerta. ¡Adelante! -dijo- tratando de darle seguridad a su voz, entonces entró Diego y Laura se impresionó al verlo, se veía flaco y un poco ojeroso, no supo qué decir, realmente no lo había visto de cerca en toda la semana y se sorprendió al notar que le faltaban unos kilos. Sus sentimientos eran encontrados, por una parte sentía que tenía derecho a la venganza, él la había herido y ofendido al no llegar a celebrar con ella su aniversario, al dejarla plantada y al preferir pasar ese día especial para ellos,tomando con quién sabe quiénes; y, por la otra, el gran amor que le había tenido siempre y le seguía teniendo, le hacía sentir remordimientos por el dolor que reflejaban sus ojos, esos ojos que ella tanto amaba, parecían velados por un tenue manto que oscurecía su mirada y la tornaba más profunda, más intensa que nunca... Él la miró un momento antes de hablar y, luego, con un poco de brusquedad y una voz de hielo, dijo: -"Voy a casa de mis tíos, parece que mi tía anda un poco mal de la presión, ayer la llevaron al médico- ¿Quieres ir conmigo o vas después?
Antes de terminar la carrera, impulsada por Diego, comenzó a llevar la contabilidad de varios pequeños comerciantes que requerían de su ayuda y que, a través de ella, lograban además la asesoría gratuita de Diego cuando lo requerían.
Terminó la carrera con su tesis hecha y se tituló en muy poco tiempo.
Al año de titularse consiguió una plaza como contralora de la Universidad del Istmo y, entre sus clientes particulares y su jornada de trabajo en la escuela, la vida se hizo más intensa que nunca.
A los siete años de casados habían comprado a plazos la casa de un primo de Diego y la habían arreglado y adaptado a su gusto y necesidades. Sus ingresos habían mejorado notablemente desde que él comenzó a brindar asesoría legal a empresas muy importantes de la región y ella conservaba a sus mejores clientes de sus tiempos de estudiante y tenía además, un buen salario en la Universidad.
Laura seguía amando a Diego con todas las fuerzas de su ser, ya no sentía en el pecho esa opresión que le impedía respirar bien cuando él no estaba, en su lugar había una punzada parecida al despecho por la indiferencia con que Diego veía sus problemas cotidianos y el hecho de que ya casi no tuvieran tiempo para estar juntos. Pero eso no era lo peor, lo más doloroso era que, mientras ella aún sentía una necesidad apremiante por su compañía, Diego se veía tan conforme y tan dispuesto a distraerse con cualquier cosa que los separara. Ella seguía platicándole todo lo que le ocurría cotidianamente, esperando siempre que Diego le correspondiera contándole algo de su vida profesional, esa vida en la que Laura parecía estar tan al margen, tan ajena. Y cuando Diego le comentaba alguno de sus casos, ella le sugería alguna solución que nunca era escuchada, era como si él decidiera hacer exactamente lo opuesto a lo que ella proponía. En ocasiones había optado por no contarle nada, por esperar a que él preguntara -¿Cómo te ha ido? Pero luego de esperar por varios días se daba por vencida y comenzaba de nuevo a ser ella la que llevara la batuta en las pláticas nocturnas. Parecía que la vida cotidiana había alcanzado con su sucia rutina el gran amor de Diego por Laura.
Algunas veces Diego llegaba bebido y demasiado tarde para pasar un rato con ella, caía rendido en cuanto ponía la cabeza en la almohada y Laura lloraba en silencio sintiendo la soledad como una plancha sobre su cuerpo. ¿Por qué Diego perdía el tiempo con sus amigos, cómo podía dedicar su tiempo, ese precioso tiempo que debían pasar juntos, platicando con otros, con personas ajenas a ellos, a su amor, al amor tan grande, tan intenso, colosal, grandioso, que los había unido hacía más de siete años?
Lo mejor de su vida con Diego seguían siendo las noches, la imaginación de Diego para el amor era tan grande que no podría aburrirse nunca, bastaba con dejarse llevar por su amor y la pasión de Diego los envolvía a ambos por igual. Eran los instantes sublimes de su vida, ese espacio en el que Diego era tan suyo, ese sitio y ese momento en el que el tiempo volvía a los veinte años de Laura y los veinticuatro de Diego y nada existía en el universo mas que ella y Diego, Diego y ella, su necesidad de él, su urgencia de sentirse amada, la intensidad de Diego, su pasión desbordante, su fuerza apremiante, tocando, sintiendo, quemando, se sentía tan amada en esos instantes que le daban deseos de llorar de felicidad entre sus brazos.
Pero, al amanecer, toda la magia desaparecía, era como si hubiera dos Diegos, uno, el amoroso, apasionado, urgido, que la necesitaba con delirio y otro indiferente, frío, un poco hosco, casi un extraño. Laura no sabía si odiarlo o amarlo. No entendía cómo podía al día siguiente irse de la casa al trabajo sin despedirse de ella.
Comenzó a tratar de provocar sus celos, comenzó a parecer indiferente incluso a sus requerimientos amorosos. Comentaba como al descuido, cómo la piropeaban en la calle y en la Universidad, dejaba saber que había algunos compañeros en el trabajo, muy guapos y solteros, que la veían con admiración y la cortejaban muy sutilmente. Incluso llegó a ponerle nombre de hombre a un gatito que él le había regalado, fingiendo que era el de un conocido y, aunque a ella casi no le gustaban los gatos, lo acariciaba y le decía cariñosamente su nombre para darle de comer, sin embargo, bastaba con que Diego hiciera una especie de imitación de maullido, para que el gato brincara hasta su regazo y recibiera las caricias que Laura tanto deseaba.
Diego permanecía indiferente, ajeno a sus ingenuos intentos de despertar sus celos. Aunque en una ocasión en que alguien le había ofrecido aventón, él le había comentado, medio en broma, medio en serio: -Ya le dije a ese tipo que no le vuelva a ofrecer aventón a mi esposa, que si lo vuelve a hacer, le rompo la cara-. Laura no supo qué decir, lloró sintiéndose humillada, el muchacho en cuestión le había ofrecido llevarla a la universidad porque la vio en una esquina esperando taxi y estaba lloviznando; él iba hacia el mismo rumbo y nunca pretendió enamorarla ni le faltó al respeto de forma alguna.
Laura nunca supo si era cierto lo que contó Diego o si sólo lo había dicho para asustarla y que no volviera a subirse nunca con nadie. Después de este incidente, hicieron el esfuerzo de comprar también un vehículo para ella y, a plazos, adquirieron su pequeño auto que, aunque le dio comodidad y mayor independencia, también -¡Ay!- la mantuvo más sola que nunca, pues ahora Diego ya ni siquiera se preocupaba, como antes, de llevarla o ir por ella al trabajo en los días de mucho viento, mucha lluvia o mucho calor, como hacía antes. A fin de cuentas, cada uno iba y venía en su propio auto, de la misma forma en que -así le parecía a Laura- cada uno también llevaba su propia vida, independiente del otro.
Entre todas las vicisitudes cotidianas, llegaron a su 8° aniversario de casados y Laura se había esmerado preparando una comida especial. Había invitado a sus padres, sus hermanas con sus esposos, a algunos matrimonios amigos; a los tíos de Diego, por supuesto, a dos de sus primas con sus esposos y había contratado un trío que les cantaría canciones románticas toda la tarde. Además, le había pedido a Diego que, como regalo de aniversario, fueran pensando seriamente en tener un bebé: un hijo de de ella y Diego, un bebé de ambos, nacido de su cuerpo pero hijo de él, de su amor por él y del amor y la pasión de Diego por ella. Una criatura que condensara lo que eran ambos, que representara el amor que se tenían. Los ojos oscuros de Diego, tal vez incluso, su mirada intensa, sus rizos desordenados cayendo sobre su frente. Con la ternura y el amor de ella, quizá con su amor por la buena música, tal vez gustara de Tchaikovsky, de Beethoven, Verdi...¡Oh! ¡Dios! –pensó. Si tú me lo concedes!-
Laura tenía ahora 28 años y sentía que era el momento perfecto. Ya antes, en pláticas intrascendentes y como algo muy vago, habían hablado del tema, sobre todo cuando ella cargaba a los hijos de sus hermanas, pero nunca habían quedado en algo concreto. Ahora, la idea le daba vueltas en la cabeza constantemente y comenzaba a sentirse urgida por un hijo de ambos. Pero Diego no dijo ni sí, ni no; prometió llegar temprano para la comida preparada con familiares y amigos y se despidió con un beso rápido, fugaz, en los ansiosos labios de Laura. Ella se sintió verdaderamente decepcionada pues esperaba una demostración más amorosa, más cálida en esa fecha especial; hoy no era un día cualquiera, hoy estaban cumpliendo ocho años de haber unido sus vidas.
Pero peor aún fue esperar por él toda la tarde mientras ella se hacía pedazos atendiendo a todos sus invitados y que él viniera llegando a las 8 y media de la noche, cuando ya casi todos se habían ido. Ya había despedido al trío desde dos horas antes y sólo quedaban sus hermanas que, solidariamente, la habían acompañado hasta el final.
Para colmo, era evidente que Diego venía bebido, ella también, aunque ni lo acostumbraba ni le gustaba, la rabia, el despecho por la indiferencia de Diego a todo su esfuerzo; el desamor constante que creía sentir, la frustración cotidiana, el hecho de que él no deseara –como ella-, un hijo de ambos; su espera de toda la tarde, la humillación que sentía por haber sido “plantada” en su aniveersario y delante de toda la gente que más le importaba, hicieron que estallara con la furia de un ciclón. Sus dos hermanas se habían despedido al ver que Diego llegaba, lo abrazaron, lo felicitaron y se fueron diciéndole a Laura en el oído: -“Toma las cosas con calma, tal vez tuvo algo muy importante que hacer”.
Ésa fue la gota que colmó el vaso ¡Qué diablos podía ser más importante que ella y su festejo por ser su esposa durante 8 años! Por amarlo incondicionalmente durante 8 largos, larguísimos años. 8 Años de amor y de dolor; de pasión y desencanto; de veneración y fidelidad; pero también de dudas, de rabia, de frustración, de despecho permanente y de eterna espera por Diego, por su amor, por esos momentos únicos en que Diego era suyo y de nadie más en el mundo.
Él quiso disculparse, una frase comenzó a formarse atolondrada en sus labios, ni siquiera podía hilar bien lo que decía, quiso abrazarla, se reía con ella, le decía cosas dulces y cariñosas, juguetonas, pero ella ni siquiera lo escuchó; la rabia hizo restallar sus palabras, le dio fuerza a sus pensamientos y facilidad a su lengua. Le llamó cobarde, vil, mentiroso, hipócrita, ni siquiera eres capaz de decir que no me quieres, que nuestra vida es una farsa. Pues yo sí tengo el valor y yo sí puedo decirte cara a cara cuánto te odio, cuánto te desprecio, cuánto me he reído de ti en los últimos años. -Qué bueno que no llegaste a tiempo para celebrar nuestro aniversario, porque es una mentira del tamaño del mundo. ¡Estamos celebrando una farsa! Tú no me necesitas, pero yo a ti menos, por eso he hecho lo que he querido mientras tú te ausentas tanto de la casa y de mi vida, en todo ese tiempo que le dedicas a tu precioso trabajo yo me dado el gusto de acostarme con quien se me dé la gana. Si crees que estoy aquí encerrada mientras me tienes abandonada por tu trabajo, estás muy equivocado; yo también he estado ocupada: ¡Con personas que sí se interesan en mí, a quienes sí les gusto y les importo!-
Ya estaba dicho. Vio endurecerse el gesto de Diego, lo vio dolido, lastimado, herido en lo más profundo de su ser y se sintió poderosa, valiente, decidida. Había acertado, ahora sí logró poner el dedo en la llaga, le había pagado con dolor todos sus dolores. Sintió la lanza que penetraba el corazón de Diego y empujó con calma, tratando de lastimar lo más posible, disfrutando su dolor, saboreando su venganza. Diego, todavía con los ojos húmedos y la mirada dolida e incrédula, hizo preguntas que ella respondió con toda la frialdad de un corazón marcado por el despecho.
Sostuvo su mentira y luego, rematando su hazaña, se volvió hacia el cuarto de huéspedes, abrió la puerta del cuarto y le dijo despectiva: -Puedes dormir aquí mientras tramitas el divorcio-. Se dirigió a su recámara y cerró la puerta detrás suyo. Ni siquiera pudo dormir, la intensidad de sus palabras la mantuvo en vigilia hasta el amanecer. Se levantó antes que Diego abriera la puerta de su recámara, se vistió en silencio y al salir hacia la cocina para tomar un café antes de irse, sintió el olor del humo. Diego estaba fumando, de manera que tampoco había dormido. ¡Bien! –pensó-¡Mejor para mí! ¡Que sufra como yo he sufrido! ¡Ojalá de verdad le duela mucho!
En la noche, al regresar Diego de trabajar, Laura se metió rápidamente a la recámara y así pasaron 5 días. Le dejaba su cena preparda en la cocina, él se la calentaba en el microondas, cenaba mientras veía las noticias en la tele y ella lo escuchaba moverse por la casa desde su recámara. Al llegar el sábado se resistió a salir para no encontrarse con él, se bañó como a las 8 y no se vistió, pensando en que estarían todo el día juntos en la casa, se puso uno de sus camisones más bonitos y estaba terminando de maquillarse cuando sintió sus pasos acercándose a la recámara. Su pulso se aceleró al instante y escuchó los leves, discretos toquidos en la puerta. ¡Adelante! -dijo- tratando de darle seguridad a su voz, entonces entró Diego y Laura se impresionó al verlo, se veía flaco y un poco ojeroso, no supo qué decir, realmente no lo había visto de cerca en toda la semana y se sorprendió al notar que le faltaban unos kilos. Sus sentimientos eran encontrados, por una parte sentía que tenía derecho a la venganza, él la había herido y ofendido al no llegar a celebrar con ella su aniversario, al dejarla plantada y al preferir pasar ese día especial para ellos,tomando con quién sabe quiénes; y, por la otra, el gran amor que le había tenido siempre y le seguía teniendo, le hacía sentir remordimientos por el dolor que reflejaban sus ojos, esos ojos que ella tanto amaba, parecían velados por un tenue manto que oscurecía su mirada y la tornaba más profunda, más intensa que nunca... Él la miró un momento antes de hablar y, luego, con un poco de brusquedad y una voz de hielo, dijo: -"Voy a casa de mis tíos, parece que mi tía anda un poco mal de la presión, ayer la llevaron al médico- ¿Quieres ir conmigo o vas después?

No pudo contestar de inmediato, el aliento se le cortó al notar que faltaba en su mirada la dulzura que lo caracterizaba pero, reponiéndose, dijo con una voz que parecía un témpano: -"Desayuno y te alcanzo".

Él salió sin responder y ella sintió las lágrimas inundando sus ojos en cuanto oyó el rumor del motor del auto que se alejaba. Más tarde lo alcanzó y, delante de sus tíos y del mundo, jugaron a ser los esposos felices que todos habían conocido. Con el transcurrir del tiempo, hasta asistieron juntos a algunos eventos sociales y, aunque Laura trataba, no lograba que platicaran más de 3 ó 4 frases y Diego respondía casi siempre entre dientes. Esto se convertía en un círculo vicioso porque entonces ella se enfurecía al no obtener más respuestas de él y volvía a sentir rencor y que la dominaba el despecho de que Diego no propiciara su acercamiento, como ella procuraba el suyo. Así que se ponía hosca y huraña y, si a él se le ocurría hablar, respondía mascullando entre dientes con tanto fastidio aparente, que él no le hablaba más y el silencio reinaba de nuevo entre ellos por varios días.

Él salió sin responder y ella sintió las lágrimas inundando sus ojos en cuanto oyó el rumor del motor del auto que se alejaba. Más tarde lo alcanzó y, delante de sus tíos y del mundo, jugaron a ser los esposos felices que todos habían conocido. Con el transcurrir del tiempo, hasta asistieron juntos a algunos eventos sociales y, aunque Laura trataba, no lograba que platicaran más de 3 ó 4 frases y Diego respondía casi siempre entre dientes. Esto se convertía en un círculo vicioso porque entonces ella se enfurecía al no obtener más respuestas de él y volvía a sentir rencor y que la dominaba el despecho de que Diego no propiciara su acercamiento, como ella procuraba el suyo. Así que se ponía hosca y huraña y, si a él se le ocurría hablar, respondía mascullando entre dientes con tanto fastidio aparente, que él no le hablaba más y el silencio reinaba de nuevo entre ellos por varios días.
No volvieron a mencionar el incidente de aquella noche de su octavo aniversario, no volvieron a hablar nunca de tener un hijo. Diego seguía durmiendo en el cuarto de huéspedes y, poco a poco, fue pasando su ropa, sus objetos de tocador y de baño para allá. A Laura le dolía el alma. Si antes sentía que su indiferencia le lastimaba el corazón, ahora de verdad sentía heridas en el alma. Trató de seducirlo con sus encantos y, aunque hubo noches en que Diego no pudo resistirse a su necesidad de ella, sus relaciones fueron tensas, un tanto violentas y desenfrenadas, sin embargo, al amanecer estaba siempre sola. Diego se iba al cuarto de huéspedes, luego al trabajo en las mañanas y regresaba hasta la noche, serio y encerrado en sí mismo, como si el incidente de la noche anterior hubiera sido sólo un sueño de Laura. Entonces ella, herida en su orgullo femenino por no lograr ablandarlo con una noche de pasión, se desquitaba haciendo comentarios hirientes acerca de comparaciones entre amantes ficticios y él. Con esto sólo lograba que el dolor oscureciera otra vez la mirada de Diego, matando la ternura de sus ojos y provocando que él dejara de dirigirle la palabra varios días.
Ahora había transcurrido más de un año. En su 9° aniversario fueron juntos a comer a un restaurante de moda y ni siquiera hubo un beso entre ellos que festejara la fecha, se limitaron a chocar sus copas con frialdad y se dijeron entre dientes: -¡Felicidades!-. Laura se comportaba cada vez más fría, más indiferente ante todo lo que tuviera que ver con Diego. Incluso en un caso muy importante para él, ella había comentado con sus hermanas que la otra parte tenía la razón y que, si perdía, sería porque el país estaba lleno de abogados corruptos y la injusticia prevalece en México. Él escuchaba con la cabeza inclinada y, aunque no mostraba la cara para no dejar ver sus sentimientos, era evidente que le molestaba y ofendía la opinión de Laura.
Y aunque las cosas tenían tiempo de estar mal, Laura nunca se esperó esto: cuando Diego habló de divorciarse, pensó que estaba alardeando para ponerla en jaque y se apresuró a decirle: -¡Sí. por favor! ¡Ya es hora de acabar con esta tortura!- Incluso cuando él le trajo a firmar los papeles y le dijo que, en vista de que no había hijo, el divorcio sería expedito con sólo una presentación al juzgado, dijo: -¡ufff, qué bueno!- Y cuando se presentó ante el juez, sintió que todo estaba en su sitio al ver un cuadrito que adornaba una pared del juzgado: una palomita volando sobre un cielo azul con una frase que decía: "Si amas algo déjalo libre, si regresa es tuyo y si no, nunca lo fue". Era un fuerte presentimiento ver esa frase escrita en un momento tan decisivo, hasta imaginó que Diego se lo habría llevado a la secretaria del juez y le habría pedido: -"déjame colgar esto un rato, luego lo quito, sólo quiero darle una lección a mi esposa. ya delante del juez, amigo de ambos, Laura comentó: -Parece que al fin se acaba esta pesadilla ¿no? Faltaban 5 meses para que cumplieran 10 años de casados.
Pero Diego seguía en la casa y todo estaba igual, además él, como abogado que era, seguramente podría anular cualquier trámite de divorcio por muy avanzado que fuera. Además Laura ni siquiera creía que fuera cierto lo que se estaba haciendo. Él pretendía doblegarla y ella no iba a echarse para atrás, no iba a llorar ni iba a rogar, mucho menos iba a decirle que lo amaba y lo necesitaba y que no quería el divorcio ni se separaría nunca de él. Tenía que seguir hasta las últimas consecuencias fingiendo que estaba muy urgida por separarse para siempre de él, que ansiaba recuperar su vida de soltera y su libertad, que tenía otros prospectos esperando por ella.
Cada vez que podía comentaba, como al descuido, cuánto paseaba y cuánto se divertía con sus amigos y compañeros de trabajo por las tardes, cuando Diego aún no llegaba. Incluso se quedaba hasta muy tarde en casa de su mamá o de alguna de sus hermanas y se iba a su casa cuando calculaba que él ya habría llegado y entraba toda risueña y canturreando canciones de amor y hablando de las delicias de la vida de las solteras y las divorciadas que podían hacer con su vida lo que se les diera en gana.
Habían pasado casi 4 meses desde que firmara el falso divorcio, tan falsos consideraba todos los trámites que ni siquiera le había contado a nadie de su familia lo que estaba pasando. Y fue su hermana Patricia la que le preguntó: -"Oye, me dijo Alex que Diego le contó que se divorciaron. ¿Qué onda eh? ¿Qué está pasando? ¿Por qué dice eso?"
¡Ya! ¡Allí estaba! ¡Ésa era la puñalada trapera! ¡Este sucio juego era entre ellos, no se valía meter a la familia en sus trucos! -¡Claro que no!- dijo-, lo que pasa es que me está queriendo espantar con el petate del muerto y yo le sigo la corriente a ver hasta dónde llega. Por supuesto que Paty no quedó convencida de la versión de Laura, pero aceptó con un cierto aire de interrogación en la voz y un velo de preocupación en la mirada, a fin de cuentas Laura no dejaba de ser su hermanita menor, aunque fuera una persona adulta, profesionista y casada. Para convencerla de que todo estaba bien, Laura se ofreció a acompañar a Paty y a sus dos niños a Huatulco ese fin de semana.
Una vez en la playa y, con una gran congoja por lo que pudiera estar viviendo su hermanita, Paty le contó a Laura que, según Alex, se decía que Diego tenía una novia, una abogada con la que estaba por casarse. Por supuesto, no lo creyó.
¡No, No y No! Diego no podría vivir nunca con nadie más que con ella. Por un momento se sintió desvalida, desamparada, huérfana, ante la posibilidad de que Diego pudiera interesarse en otra, enamorarse de otra ¡Oh Dios! ¡Vivir con otra! ¡No, no y no! ¡No SU Diego!El intenso dolor la hizo pensar que ya bastaba de juegos. Ténía que hablar con Diego, aclarar las cosas, decirle cuánto lo amaba y cuán falsa era su infidelidad, si ella no podía ni mirar a otro, sólo vivía por él y para él. Tan falsa había sido su infidelidad, como ese estúpido juego suyo del divorcio. Basta ya, no podemos seguir jugando así con nuestro amor -pensó con un nudo en la garganta y el estómago revuelto por el miedo que le dio pensar que se podían perder uno al otro.
Al regresar de Huatulco entró a la casa decidida. No había rastros de Diego en toda la casa, ésta estaba tan absurda, tan estúpidamente sola, las cortinas se mecían apaciblemente en la penumbra de la sala solitaria. Sintió una punzada en el corazón, en la brillante superficie de la mesa del comedor, junto al elegante jarrón con margaritas, sobresalían unos libros de marcos y el movimiento zapatista que Diego había comprado y le había leído cuando ella aún era estudiante. En una silla, al lado del componente, había discos con la música que tantas veces escucharon juntos, tenáin una buena colección con algo de todo lo que les gustaba: la nueva trova, Silvio, Pablo, Noel Nicola y Mercedes Sosa; música cubana bailable, sones, rumba, salsa, tangos y hasta música clásica: habían escuchado, disfrutado, cantado y hasta bailado con ella tantas veces, tantas noches mientras comenzaban a amarse, sintió un vuelco en el estómago, entró al cuarto de huéspedes, vio al gato de Diego en el marco de la ventana, con esa actitud felina como de adorno, le maulló lastimero al verla en la puerta y ella pensó: -¡Cállate! ¡No ves que a mí también me abandonó y no me pogo a llorar como tú! penetró a la habitación y sintió el delicioso aroma del perfume de Diego impregnado en las sábanas de la cama, en la estancia toda, las notas maderosas, de ámbar y vainilla que tantas veces disfrutó en su cuello, en su pecho, en sus camisas cuando él no estaba.
La cabeza le daba vueltas, veía las cortinas moverse cada vez más sonoras con el viento que arreciaba, que rugía furioso afuera de la casa; las puertas del clóset, vacío, se abatían por la corriente de aire que dejaba pasar la ventana, al fondo del cuarto. En una mesa de noche estaban algunos cuadernos con versos copiados por ambos cuando eran novios; y algo de prosa romántica que acostumbraban escribirse, algunos libros de poesía de sus autores favoritos, Neruda, León Felipe, Benedetti y algunos de los modernistas, pasó los dedos helados por la portada de "Rimas y Leyendas" de Gustavo Adolfo Béquer. En uno de los cuadernos, abierto por el aire, alcanzó a ver un poema de Benedetti, reconoció su propia letra y recordó los versos:
"Mi estrategia es en cambio
más sencilla y más simple,
mi estrategia es
que un día cualquiera,
no sé cómo
ni sé con qué pretexto,
¡por fin me necesites!"
Sintió un fuerte aguijonazo de dolor traspasándole el cráneo y pensó: -¡Dios, me va a dar una embolia y moriré aquí mismo! levantó el cuaderno y lo pegó conta su pecho, notó, entre las brumas de su mente y el dolor punzante de su corazón, que Diego había olvidado sus chanclas de baño, inertes, patéticas, abandonadas al pie de la cama, se veían tan solitarias como ella misma, como si estuvieran esperando por diego, por su Diego, por su amado, su adorado Diego. Enmedio de su dolor ese objeto patético le dio esperanza, pensó que Diego tendría que volver por ellas en algún momento y, entonces ella tendría la oportunida de hablar con él y aclarar las cosas, tal vez pudieran arreglarlo todo.
Sintió el peso del mundo sobre sí misma, sintió la soledad de la casa, de la noche, de su vida. El gato se restregó en su pierna derecha y arqueó el lomo esperando la caricia que Diego siempre le daba. Ahora tendría que esperar...hasta cuándo? ¿Volvería Diego por él? ¿Por ella? ¿Cuándo, cuándo se había acabado todo? ¿De verdad se había ido Diego? Cuándo se fue en realidad? ¿hoy? ¿Esta noche? ¿La noche de su 8° aniversario? ¿Muchos años antes? ¿Lo había tenido alguna vez? ¿No fue sólo un sueño?


Los sollozos subían por su garganta incontrolables, no supo en qué momento dejó de sollozar para comenzar a llorar a grito vivo, vio al gato paralizarse y mirarla asustado ante sus gritos, quiso abrazarlo, sentir a Diego en él, estaba segura de que algo de la esencia de Diego persistía en ese gato, no se dio cuenta en qué momento salió el animal del cuarto, tampoco se dio cuenta cuándo la anestesió piadosamente su dolor para dejarla ¿dormida? ¿inconsciente? de dolor en la cama de Diego, en la casa sin Diego, en su vida vacía de Diego... FIN
2 comentarios:
qué segunda parte taaaan fuerte!!!!
te has volado la barda, estás sin lugar a dudas en otra etapa de tí... de la que yo conozco por lo menos. ¿¿Dónde quedó el final feliz de película de disney??
me gusta más esta kisifur para poder descubrirla.
Felicidades, eres increíble.
Te amo siempre
Maestra, esto es una historia real?
Le juro que estoy llorando, es tan triste todo esto.
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