Este 7 de julio llegó mi pequeño a pasar vacaciones en la casa. Después llegó la nena el 19 y se fue el 23, el mismo día que llegó Juanito y, por unas horas -menos de 12- estuvimos de nuevo todos juntos. Fue una sola comida que alcanzamos a hacer todos completos. 3 días después Juan regresó a sus obligaciones laborales y hoy, a las 8:30 de la noche, mi bebé regresó al D.F. Siento el peso del mundo sobre mí y no sé qué esperar para mañana, cuando de nuevo esté sola en la casa esperando el ingrato transcurrir del tiempo para volver a reir y sentir que la vida es buena y bella.
Ya pasan de las 3 de la mañana y parece que el sueño ha decidido dejarme abandonada en esta soledad incomprensible. La lluvia cae acompasada y tenue en la ventana y, aunque ésta despierta la alegría inefable de árboles y plantas, yo puedo asegurarte que el salado torrente que me inunda es más copioso que el temporal que moja la vida de esta hora insensata y roída en que la noche empata el último momento de este julio inclemente con las primeras horas de un agosto que se divisa triste y desolado.
Uno a uno llegaron este julio y se fueron tan rápido, tan breves, tan fugaces como la vida misma, como el tiempo insensato que destruye con paciencia y ventaja los recuerdos de días más felices.
Hoy me parece aquello un bellísimo sueño inefable y amado. Haber sido la madre de 3 niños: cantarles, arrullarlos, consentirlos, enseñarles a caminar, a hablar con nuestro padre eterno, jugar a tantos juegos infantiles y únicos, llenarles la cabeza con poesía, con cuentos, con las más joyas más bellas del mundo literario, esas que abren puertas a mundos tan distantes y nuevos; disfrutar de sus risas infantiles, ir descubriendo juntos sus anhelos, sus miedos, sus gustos, sus talentos.
Ser parte de un proceso indescriptible y único, tan mágico y profundo como meterse en la semilla de un rosal que germina en la tierra abonada y fecunda de la vida y salir a la luz con sus primeros brotes, metida entre la savia y los colores de la bella corola que ha de mostrar al mundo su perfección y aroma. ¿Qué soy yo en ese mágico momento? ¿Qué soy para esta rosa germinada? ¿Soy acaso la savia dando vida? ¿O la tierra fecunda que alimenta? ¿Soy un poco el color que la embellece? ¿Fui quizá la semilla con la vida dormida en sus entrañas? O soy la espectadora que contempla su hermosura sin par por unas horas...
Desde que te miré salir con tus maletas a las 8, no he podido dejar de sollozar mientras recojo las migajas de ti que van formando un cúmulo de pruebas de que no lo soñé, que realmente estuviste en la casa conmigo, como antes.
Caminé en la llovizna por el patio para buscar el rastro de tu vida en la mía. Ese patio que ahora, va estar otra vez abandonado, inútil, con las mascotas tristes que resienten la ausencia de mis niños. Los pájaros se guardan en sus nidos, las guayabas se sueltan de las ramas y forman una alfombra perfumada que las aves disfrutan cada día. Un ruido sobre mí hizo que fuera a traer una lámpara de mano y mi esfuerzo se vio recompensado por la sorpresa de un par de cotorras verdes que a placer devoraban las guayabas en las ramas. Me da un gusto mayúsculo ver que sea de provecho tanta fruta.
La gata, que me veía inquieta cada vez que sollozaba y me siguió hasta el patio aún bajo la fina llovizna de la noche, ahora me reclama que me vaya a la cama a acompañarla, y tiene la razón pues ya casi amanece, sin embargo salgo, antes de acostarme, a darle a nuestros perros un par de deliciosas mantecadas, al menos me parece que a ellos les encantan.
Luego apago las luces de la sala y me lavo la cara, porque el llanto me ha dejado la piel casi salada. Me senté hace un momento a pedirle al Señor que me los cuide y los traiga con bien hasta mis brazos, que los inspire y los guíe en cada paso y haga el tiempo propicio para vernos. En sus manos los pongo y en su amor los confío. Nos vemos pronto, amados niños.
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