
Así que, a los veinte años Laura era la radiante esposa de Diego y se veían como una pareja feliz, muy feli

Sin embargo, Diego permanentemente era el más controlado, más discreto en público, a pesar de que a solas era siempre más intenso que Laura, siempre diciendo cuánto había cambiado su vida desde que la conoció, cuánto la amaba, cuánto estaba dispuesto a afrontar por ella, por su amor, por su compañía. Siempre tan apasionado y urgido de ella, de sus besos, de su cuerpo, de su presencia toda, que Laura no podía sino disfrutar de su intensidad, de sentirse tan deseada, tan atendida, tan cuidada…pero, aunque Diego parecía estar siempre ansioso por ella, había momentos en que, por más que ella quisiera, no lograba atraerlo, no podía, aunque se esforzara, separarlo de un programa especial, de un libro, de la plática con algún amigo, del estudio acucioso, detallado, de alguno de sus casos. Eso la contrariaba y le hacía dudar de la sinceridad de sus sentimientos.
Ella era capaz de dejarlo todo por él, todo, fuera lo que fuera, nada era más importante que el tiempo que compartían, el tiempo que pasaban juntos, ese tiempo fugaz y eterno al mismo tiempo, el corazón de Laura se henchía de placer y de dolor por igual, se sentía enamorada, dolorosamente enamorada, con una necesidad urgente por verlo, por tocarlo, por olerlo, por estar con él. Cada vez que tenían que separarse, cada día, cuando Diego se despedía de ella con rápido beso con aroma de café recién tomado, quería detenerlo, prolongar el beso, irse con él, acompañarlo a donde fuera, permanecer a su sombra todo el día o por lo menos, hubiera querido ver en sus ojos el mismo dolor que había en los suyos por la separación. Que él dijera –aunque no lo hiciera nunca- como ella le decía a veces, -vamos a quedarnos juntos hoy, no puedo separarme de ti, me duele aquí, y se señalara el corazón- …Pero no, Diego la quería mucho pero no la necesitaba tanto como ella a él.
Diego recibía con toda la naturalidad del mundo, todas las atenciones de Laura, su esmero en la preparación de las comidas, su afán en mantener la casita que rentaban tan agradable y cómoda con las pocas cosas que tenían. Su cuidado al prepararle la ropa que se pondría cada día para ir a trabajar, la combinación de toda su ropa era perfecta desde que laura se hacía cargo de escogerle todo. Claro, todo él había cambiado bajo el cariño y la atención de Laura, su corte de cabello era mejor puesto que Laura lo llevaba con su estilista, había subido unos kilos que le caían de perlas a su figura antes demasiado esbelta y, sobre todo, la tranquilidad de la vida con Laura, su felicidad de sentirse tan amado, le daban una seguridad y un aire distinguido que lo hacían verse más atractivo, más interesante.
Laura notaba las miradas de otras mujeres sobre él. Aunque Diego parecía no percatarse nunca de nada, siempre apasionado por las noches y ocupadísimo durante el día; sus casos, pocos pero muy absorbentes, lo hacían trabajar en ocasiones hasta en la casa, en los días de descanso, esos días que Laura esperaba con ansiedad para permanecer en sus brazos, prepararle con calma el desayuno y consentirlo todo el día con sus comidas favoritas y su amor tan grande. Pero casi nunca podía darse ese gusto, cuando no era el trabajo, era algún amigo que venía de visita o alguno de sus clientes que requería urgentemente de sus servicios.
Diego, siempre cariñoso con ella en la casa, parecía indiferente cuando había alguien con ellos, hasta el tono de su voz se hacía distinto cuando se encontraban en casa de sus tíos o con algún amigo.

Antes de terminar la carrera, impulsada por Diego, comenzó a llevar la contabilidad de varios pequeños comerciantes que requerían de su ayuda y que, a través de ella, lograban además la asesoría gratuita de Diego cuando lo requerían.
Terminó la carrera con su tesis hecha y se tituló en muy poco tiempo.
Al año de titularse consiguió una plaza como contralora de la Universidad del Istmo y, entre sus clientes particulares y su jornada de trabajo en la escuela, la vida se hizo más intensa que nunca.
A los siete años de casados habían comprado a plazos la casa de un primo de Diego y la habían arreglado y adaptado a su gusto y necesidades. Sus ingresos habían mejorado notablemente desde que él comenzó a brindar asesoría legal a empresas muy importantes de la región y ella conservaba a sus mejores clientes de sus tiempos de estudiante y tenía además, un buen salario en la Universidad.
Laura seguía amando a Diego con todas las fuerzas de su ser, ya no sentía en el pecho esa opresión que le impedía respirar bien cuando él no estaba, en su lugar había una punzada parecida al despecho por la indiferencia con que Diego veía sus problemas cotidianos y el hecho de que ya casi no tuvieran tiempo para estar juntos. Pero eso no era lo peor, lo más doloroso era que, mientras ella aún sentía una necesidad apremiante por su compañía, Diego se veía tan conforme y tan dispuesto a distraerse con cualquier cosa que los separara. Ella seguía platicándole todo lo que le ocurría cotidianamente, esperando siempre que Diego le correspondiera contándole algo de su vida profesional, esa vida en la que Laura parecía estar tan al margen, tan ajena. Y cuando Diego le comentaba alguno de sus casos, ella le sugería alguna solución que nunca era escuchada, era como si él decidiera hacer exactamente lo opuesto a lo que ella proponía. En ocasiones había optado por no contarle nada, por esperar a que él preguntara -¿Cómo te ha ido? Pero luego de esperar por varios días se daba por vencida y comenzaba de nuevo a ser ella la que llevara la batuta en las pláticas nocturnas. Parecía que la vida cotidiana había alcanzado con su sucia rutina el gran amor de Diego por Laura.
Algunas veces Diego llegaba bebido y demasiado tarde para pasar un rato con ella, caía rendido en cuanto ponía la cabeza en la almohada y Laura lloraba en silencio sintiendo la soledad como una plancha sobre su cuerpo. ¿Por qué Diego perdía el tiempo con sus amigos, cómo podía dedicar su tiempo, ese precioso tiempo que debían pasar juntos, platicando con otros, con personas ajenas a ellos, a su amor, al amor tan grande, tan intenso, colosal, grandioso, que los había unido hacía más de siete años?
Lo mejor de su vida con Diego seguían siendo las noches, la imaginación de Diego para el amor era tan grande que no podría aburrirse nunca, bastaba con dejarse llevar por su amor y la pasión de Diego los envolvía a ambos por igual. Eran los instantes sublimes de su vida, ese espacio en el que Diego era tan suyo, ese sitio y ese momento en el que el tiempo volvía a los veinte años de Laura y los veinticuatro de Diego y nada existía en el universo mas que ella y Diego, Diego y ella, su necesidad de él, su urgencia de sentirse amada, la intensidad de Diego, su pasión desbordante, su fuerza apremiante, tocando, sintiendo, quemando, se sentía tan amada en esos instantes que le daban deseos de llorar de felicidad entre sus brazos.
Pero, al amanecer, toda la magia desaparecía, era como si hubiera dos Diegos, uno, el amoroso, apasionado, urgido, que la necesitaba con delirio y otro indiferente, frío, un poco hosco, casi un extraño. Laura no sabía si odiarlo o amarlo. No entendía cómo podía al día siguiente irse de la casa al trabajo sin despedirse de ella.
Comenzó a tratar de provocar sus celos, comenzó a parecer indiferente incluso a sus requerimientos amorosos. Comentaba como al descuido, cómo la piropeaban en la calle y en la Universidad, dejaba saber que había algunos compañeros en el trabajo, muy guapos y solteros, que la veían con admiración y la cortejaban muy sutilmente. Incluso llegó a ponerle nombre de hombre a un gatito que él le había regalado, fingiendo que era el de un conocido y, aunque a ella casi no le gustaban los gatos, lo acariciaba y le decía cariñosamente su nombre para darle de comer, sin embargo, bastaba con que Diego hiciera una especie de imitación de maullido, para que el gato brincara hasta su regazo y recibiera las caricias que Laura tanto deseaba.
Diego permanecía indiferente, ajeno a sus ingenuos intentos de despertar sus celos. Aunque en una ocasión en que alguien le había ofrecido aventón, él le había comentado, medio en broma, medio en serio: -Ya le dije a ese tipo que no le vuelva a ofrecer aventón a mi esposa, que si lo vuelve a hacer, le rompo la cara-. Laura no supo qué decir, lloró sintiéndose humillada, el muchacho en cuestión le había ofrecido llevarla a la universidad porque la vio en una esquina esperando taxi y estaba lloviznando; él iba hacia el mismo rumbo y nunca pretendió enamorarla ni le faltó al respeto de forma alguna.
Laura nunca supo si era cierto lo que contó Diego o si sólo lo había dicho para asustarla y que no volviera a subirse nunca con nadie. Después de este incidente, hicieron el esfuerzo de comprar también un vehículo para ella y, a plazos, adquirieron su pequeño auto que, aunque le dio comodidad y mayor independencia, también -¡Ay!- la mantuvo más sola que nunca, pues ahora Diego ya ni siquiera se preocupaba, como antes, de llevarla o ir por ella al trabajo en los días de mucho viento, mucha lluvia o mucho calor, como hacía antes. A fin de cuentas, cada uno iba y venía en su propio auto, de la misma forma en que -así le parecía a Laura- cada uno también llevaba su propia vida, independiente del otro.
Entre todas las vicisitudes cotidianas, llegaron a su 8° aniversario de casados y Laura se había esmerado preparando una comida especial. Había invitado a sus padres, sus hermanas con sus esposos, a algunos matrimonios amigos; a los tíos de Diego, por supuesto, a dos de sus primas con sus esposos y había contratado un trío que les cantaría canciones románticas toda la tarde. Además, le había pedido a Diego que, como regalo de aniversario, fueran pensando seriamente en tener un bebé: un hijo de de ella y Diego, un bebé de ambos, nacido de su cuerpo pero hijo de él, de su amor por él y del amor y la pasión de Diego por ella. Una criatura que condensara lo que eran ambos, que representara el amor que se tenían. Los ojos oscuros de Diego, tal vez incluso, su mirada intensa, sus rizos desordenados cayendo sobre su frente. Con la ternura y el amor de ella, quizá con su amor por la buena música, tal vez gustara de Tchaikovsky, de Beethoven, Verdi...¡Oh! ¡Dios! –pensó. Si tú me lo concedes!-
Laura tenía ahora 28 años y sentía que era el momento perfecto. Ya antes, en pláticas intrascendentes y como algo muy vago, habían hablado del tema, sobre todo cuando ella cargaba a los hijos de sus hermanas, pero nunca habían quedado en algo concreto. Ahora, la idea le daba vueltas en la cabeza constantemente y comenzaba a sentirse urgida por un hijo de ambos. Pero Diego no dijo ni sí, ni no; prometió llegar temprano para la comida preparada con familiares y amigos y se despidió con un beso rápido, fugaz, en los ansiosos labios de Laura. Ella se sintió verdaderamente decepcionada pues esperaba una demostración más amorosa, más cálida en esa fecha especial; hoy no era un día cualquiera, hoy estaban cumpliendo ocho años de haber unido sus vidas.
Pero peor aún fue esperar por él toda la tarde mientras ella se hacía pedazos atendiendo a todos sus invitados y que él viniera llegando a las 8 y media de la noche, cuando ya casi todos se habían ido. Ya había despedido al trío desde dos horas antes y sólo quedaban sus hermanas que, solidariamente, la habían acompañado hasta el final.
Para colmo, era evidente que Diego venía bebido, ella también, aunque ni lo acostumbraba ni le gustaba, la rabia, el despecho por la indiferencia de Diego a todo su esfuerzo; el desamor constante que creía sentir, la frustración cotidiana, el hecho de que él no deseara –como ella-, un hijo de ambos; su espera de toda la tarde, la humillación que sentía por haber sido “plantada” en su aniveersario y delante de toda la gente que más le importaba, hicieron que estallara con la furia de un ciclón. Sus dos hermanas se habían despedido al ver que Diego llegaba, lo abrazaron, lo felicitaron y se fueron diciéndole a Laura en el oído: -“Toma las cosas con calma, tal vez tuvo algo muy importante que hacer”.
Ésa fue la gota que colmó el vaso ¡Qué diablos podía ser más importante que ella y su festejo por ser su esposa durante 8 años! Por amarlo incondicionalmente durante 8 largos, larguísimos años. 8 Años de amor y de dolor; de pasión y desencanto; de veneración y fidelidad; pero también de dudas, de rabia, de frustración, de despecho permanente y de eterna espera por Diego, por su amor, por esos momentos únicos en que Diego era suyo y de nadie más en el mundo.
Él quiso disculparse, una frase comenzó a formarse atolondrada en sus labios, ni siquiera podía hilar bien lo que decía, quiso abrazarla, se reía con ella, le decía cosas dulces y cariñosas, juguetonas, pero ella ni siquiera lo escuchó; la rabia hizo restallar sus palabras, le dio fuerza a sus pensamientos y facilidad a su lengua. Le llamó cobarde, vil, mentiroso, hipócrita, ni siquiera eres capaz de decir que no me quieres, que nuestra vida es una farsa. Pues yo sí tengo el valor y yo sí puedo decirte cara a cara cuánto te odio, cuánto te desprecio, cuánto me he reído de ti en los últimos años. -Qué bueno que no llegaste a tiempo para celebrar nuestro aniversario, porque es una mentira del tamaño del mundo. ¡Estamos celebrando una farsa! Tú no me necesitas, pero yo a ti menos, por eso he hecho lo que he querido mientras tú te ausentas tanto de la casa y de mi vida, en todo ese tiempo que le dedicas a tu precioso trabajo yo me dado el gusto de acostarme con quien se me dé la gana. Si crees que estoy aquí encerrada mientras me tienes abandonada por tu trabajo, estás muy equivocado; yo también he estado ocupada: ¡Con personas que sí se interesan en mí, a quienes sí les gusto y les importo!-
Ya estaba dicho. Vio endurecerse el gesto de Diego, lo vio dolido, lastimado, herido en lo más profundo de su ser y se sintió poderosa, valiente, decidida. Había acertado, ahora sí logró poner el dedo en la llaga, le había pagado con dolor todos sus dolores. Sintió la lanza que penetraba el corazón de Diego y empujó con calma, tratando de lastimar lo más posible, disfrutando su dolor, saboreando su venganza. Diego, todavía con los ojos húmedos y la mirada dolida e incrédula, hizo preguntas que ella respondió con toda la frialdad de un corazón marcado por el despecho.
Sostuvo su mentira y luego, rematando su hazaña, se volvió hacia el cuarto de huéspedes, abrió la puerta del cuarto y le dijo despectiva: -Puedes dormir aquí mientras tramitas el divorcio-. Se dirigió a su recámara y cerró la puerta detrás suyo. Ni siquiera pudo dormir, la intensidad de sus palabras la mantuvo en vigilia hasta el amanecer. Se levantó antes que Diego abriera la puerta de su recámara, se vistió en silencio y al salir hacia la cocina para tomar un café antes de irse, sintió el olor del humo. Diego estaba fumando, de manera que tampoco había dormido. ¡Bien! –pensó-¡Mejor para mí! ¡Que sufra como yo he sufrido! ¡Ojalá de verdad le duela mucho!
En la noche, al regresar Diego de trabajar, Laura se metió rápidamente a la recámara y así pasaron 5 días. Le dejaba su cena preparda en la cocina, él se la calentaba en el microondas, cenaba mientras veía las noticias en la tele y ella lo escuchaba moverse por la casa desde su recámara. Al llegar el sábado se resistió a salir para no encontrarse con él, se bañó como a las 8 y no se vistió, pensando en que estarían todo el día juntos en la casa, se puso uno de sus camisones más bonitos y estaba terminando de maquillarse cuando sintió sus pasos acercándose a la recámara. Su pulso se aceleró al instante y escuchó los leves, discretos toquidos en la puerta. ¡Adelante! -dijo- tratando de darle seguridad a su voz, entonces entró Diego y Laura se impresionó al verlo, se veía flaco y un poco ojeroso, no supo qué decir, realmente no lo había visto de cerca en toda la semana y se sorprendió al notar que le faltaban unos kilos. Sus sentimientos eran encontrados, por una parte sentía que tenía derecho a la venganza, él la había herido y ofendido al no llegar a celebrar con ella su aniversario, al dejarla plantada y al preferir pasar ese día especial para ellos,tomando con quién sabe quiénes; y, por la otra, el gran amor que le había tenido siempre y le seguía teniendo, le hacía sentir remordimientos por el dolor que reflejaban sus ojos, esos ojos que ella tanto amaba, parecían velados por un tenue manto que oscurecía su mirada y la tornaba más profunda, más intensa que nunca... Él la miró un momento antes de hablar y, luego, con un poco de brusquedad y una voz de hielo, dijo: -"Voy a casa de mis tíos, parece que mi tía anda un poco mal de la presión, ayer la llevaron al médico- ¿Quieres ir conmigo o vas después?


Él salió sin responder y ella sintió las lágrimas inundando sus ojos en cuanto oyó el rumor del motor del auto que se alejaba. Más tarde lo alcanzó y, delante de sus tíos y del mundo, jugaron a ser los esposos felices que todos habían conocido. Con el transcurrir del tiempo, hasta asistieron juntos a algunos eventos sociales y, aunque Laura trataba, no lograba que platicaran más de 3 ó 4 frases y Diego respondía casi siempre entre dientes. Esto se convertía en un círculo vicioso porque entonces ella se enfurecía al no obtener más respuestas de él y volvía a sentir rencor y que la dominaba el despecho de que Diego no propiciara su acercamiento, como ella procuraba el suyo. Así que se ponía hosca y huraña y, si a él se le ocurría hablar, respondía mascullando entre dientes con tanto fastidio aparente, que él no le hablaba más y el silencio reinaba de nuevo entre ellos por varios días.
