
30 de Abril de 2013.
¿Qué escribir? ¡Dios mío! ¿Qué escribir? Cuando
esta cabeza guarda tantas cosas que quiero expresar y ¡el tiempo se hace cada
vez más breve!
¡Quién fuera ruiseñor! ¡Quién fuera el mítico
Simbad! -dice Don
Silvio en su bellísima canción- ¡Quién fuera un poderoso sortilegio!…
¡Quién fuera “lengua de plata” para traer a la vida historias y personajes, a
placer!
Aún tengo el pendiente (obligación moral) de contar la
historia de la ejemplar existencia de doña Digna Emérita, mi abuela materna;
las diversas historias de la variada y virtuosa vida de mi padre.
¡Aah! y la increíble
y notable vida de mi madre, que parece una novela épica y romántica al mismo
tiempo, con su heroico padre, mi abuelo, asesinado tan artera y tempranamente por
su amor a la verdad y la justicia.
Y junto a éstas, tantas historias de mujeres y hombres que
he conocido ¿o imaginado? en este tránsito de medio siglo.
Pero el tiempo, inasible y traicionero, se escapa entre los
dedos como la más fina arena.
Y ahora parece además, que diera vueltas y me regresa a los ingratos
días de la incertidumbre y el temor, cuando aún iba a ser intervenida con una
neurocirugía.
Y, saber que debo pasar por esto de nuevo, podría dar temor,
pero no. Afortunadamente me sostiene alguien
más grande que mis más grandes problemas: Nuestro amado Padre celestial que
siempre ha guiado mis pasos y decisiones, que siempre me alienta y fortalece. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio
en las tribulaciones” (Salmos 46:1).
Y como vivo convencida de que ni una hoja cae del árbol si no es la voluntad de Dios, entonces sé
que esto, como todo lo que ha sucedido en mi vida, es su voluntad y me asiste la
certeza de que “A los que confían en
Dios, todas las cosas les ayudan a bien” (Romanos
8:28). Por eso sé, que yo sólo debo
ponerme en sus misericordiosas manos y confiar en que su amor y su sabiduría
reservan para mí lo mejor, lo más conveniente para mi vida y para las vidas de
todos los que me aman.

¡En fin! ¡Estoy a la espera del momento en que esto quede
atrás y, mientras eso pasa, las tensiones, inevitablemente, crecen, sin embargo
sé que mejores experiencias me esperan aún en los tiempos por venir! ¡Dios tiene la última palabra! Y en su amor confío.